EL GUERNICA DE LARREA
Santiago Amón
Treinta años después de su primera edición en lengua inglesa, aparece hoy el Guernica de Larrea en castellano. Hasta extremo tal se ha identificado el cuadro del pintor malagueño con la interpretación literaria del poeta bilbaíno, que lo mismo que se habla del Guernica de Picasso puede y suele hablarse del Guernica de Larrea. Ignoro el nombre que mejor venga a cuadrar, en caso de existir, a este tropo o figura, si metonimia, sinécdoque o antonomasia, aunque bien me sé que no queda la cosa en el solo hecho de tomar, ni en grado eminente, la interpretación por lo interpretado. Hay, en efecto, un cuadro pintado por Picasso y titulado Guernica, y hay un libro de Larrea, este libro de Larrea que, aun basado en la exégesis de aquél, ha acaparado, por singular y primigenio, la fe bautismal de la obra originaria.
Treinta años después de su primera edición en Nueva York, el Guernica de Larrea ve la luz en España, y la ve por paradójica vía de primicia; que si bochornosas razones de censura vetaron por tanto tiempo una obra maestra de nuestra literatura, fueron otras ignorancias y desdenes los que igualmente dieron en relegarla, y por parte de quienes debieron ser los primeros en fomentar su divulgación: aquellos que con Larrea asistieron al nacimiento de la obra más significativa del arte de nuestra edad, y la recibieron con una salva de aplausos, el día mismo en que Picasso la descubrió ante la estupefacción de la concurrencia, y luego la vieron colgada, para honra propia y envidia ajena, en el pabellón español de la Exposición Internacional de París, el año 1937.
No hace mucho, y con ánimo exclusivo de esclarecer los dimes y diretes en torno a los dineros que el Gobierno de la República entregó (o no entregó) a Pablo Picasso, a título de compensación por trabajo y materiales, traía a mi comentario una carta remitida (en 1965!) por Max Aub a Josep Renau, en la que el desconocimiento de uno y otro en torno al texto ejemplar de Larrea quedaba a las claras. Resulta que este Guernica de Larrea, que hoy nos da a conocer nuestro amigo el poeta Ricardo Gullón, hubo de ser publicado en lengua inglesa y en Nueva York el año de gracia de 1947, gracias a la generosa intervención de Eugenio F. Granell, y en una edición tan breve como influyente. Tal vez por eso nunca dejé de sentir el Guernica de Picasso como una obra maestra de la literatura y el Guernica de Larrea como una obra maestra de la pintura.
Ahora, cuando después de tantos y tan ponderados juicios, el Guernica de Picasso ha quedado, definitivamente, incorporado a la historia del arte, aparece este Guernica de Larrea, en la más ortodoxa de nuestras lenguas y con la competencia de Gullón como responsable de la versión.
Ya estaba bien, como decía el amigo Raúl Chavarri, ya era hora de que los textos de nuestra cultura de antes y durante la guerra, fueran accesibles para los lectores de hoy. Larrea, claro está, es mucho más que un crítico de arte: es un poeta, y un poeta de la vanguardia histórica, y su Guernica es, a la par que una interpretación del cuadro, un canto épico y elegíaco, una exaltación de los valores de un pueblo, el español, al que la guerra civil acababa de destrozar. Pero el libro es también, sobre todo, un testimonio. Larrea estuvo en París, aquel mayo del 37, cuando Picasso empezó a pintar el mural. Le acompañó casi cada día, se convirtió en su confidente, y pudo asistir, de primera mano, al desarrollo del cuadro y de sus significados. De todo ello da cuenta este libro. No se trata sólo de un análisis iconográfico, sino de la crónica de un parto: el nacimiento de una de las más grandes obras de arte de nuestro tiempo.
Y como todo testimonio de primera mano, hay en estas páginas no sólo un reflejo de lo que entonces pasó, sino una presencia viva, inmediata, palpitante, de los sentimientos y emociones que la obra de arte suscitó en su primer espectador. Porque Larrea fue, en efecto, el primer espectador del Guernica. Y por eso su testimonio tiene un valor tan inestimable. No es sólo la voz del crítico, es la del poeta, la del amigo, la del hombre que supo ver, desde el primer momento, la trascendencia de aquella pintura, y la defendió y explicó y difundió, con entusiasmo y con pasión.
A la hora de publicar este Guernica de Larrea, no hemos querido añadir ningún aparato crítico. Nos ha parecido que el texto debía hablar por sí mismo, que debía ser leído tal como se escribió, sin notas ni comentarios. Sólo hemos añadido una breve introducción, para situar al lector en el contexto en que se escribió el libro, y unas notas biográficas sobre el autor. Todo lo demás lo dice el propio texto. Porque estamos convencidos de que este Guernica de Larrea es, por derecho propio, un clásico de nuestra literatura, y así debe ser leído y apreciado.
Finalmente, una palabra de gratitud para todos aquellos que han hecho posible esta edición. A Eugenio F. Granell, por haber creído en este libro y haberlo publicado, a Ricardo Gullón, por su magnífica versión, y a Raúl Chavarri, por sus siempre sabias y generosas sugerencias. Y a todos aquellos que, de una u otra forma, han contribuido a que este Guernica de Larrea vea, por fin, la luz en nuestra lengua y en nuestro país.